Skip to main content
Compartir

Confieso que no han sido meses fáciles para nadie. Las familias en general, y especialmente las que tenemos niños más pequeños, hemos vivimos (y seguimos viviendo) este tiempo tan concreto buscando continuamente la mejor manera de sobrellevarlo.

Por momentos nos hemos visto sobrepasados, agobiados, incluso a veces hemos deseado salir huyendo del hogar (¿a alguien no le ha pasado?), otros momentos, sin embargo, hemos agradecido recordar que lo mejor que tenemos es la familia, y que poder estar juntos no se cambia por nada.

Nadie sabe cómo estaremos dentro de unos años. Convivir con este virus confuso nos ha servido de entrenamiento para saber que la vida es incierta y que no está en nuestras manos. Puestos a pedir, me gustaría poder contar a nuestros hijos, cuando sean mayores, el cuento del Covid:

 

Vivimos el día a día con calma, sin desear grandes cosas, salvo querer cuidarnos los unos a los otros

Un cuento sin final

“De la noche a la mañana nos encontramos limitados en movimiento durante muchas semanas, sin saber muy bien hasta cuándo, y lo peor de todo, sin saber bien porqué. Lo que parecía una simple gripe resultó ser un virus letal para miles de personas. Vimos anulados todos nuestros planes, dependientes de las decisiones de otros. Eso nos provocó una sensación de impotencia y mucha angustia. Nadie salía a la calle, los parques vetados y las compras limitadas. Aquellos fueron los tiempos del Covid.

Entonces dejamos de abrazar y ver a nuestros seres queridos, únicamente a través de una fría pantalla. Pero vosotros no estabais solos, y quizá alguno recordéis con morriña todo el tiempo que pasábamos juntos. Para vosotros fueron tiempos felices.

Sin embargo, para muchas familias supuso, además, gran incertidumbre económica. Todos veíamos cómo el país se iba a pique. Comercios cerrados, inactividad laboral, despidos masivos. ¿Cómo saber el final de esta historia? Todos temíamos por los nuestros, sin saber dónde íbamos a acabar.

Los colegios cerraron desde el primer día, y entonces los padres nos convertimos, de la mejor manera que supimos, en vuestros maestros, al mismo tiempo que luchábamos por mantener un tambaleante trabajo. Esto, para cualquier familia, supuso un cambio difícil. Pero aprendimos a adaptarnos y a valorar el tiempo…”.

Es una historia con final desconocido, pero de la que todos esperamos un desenlace feliz.

Sacar lo bueno

De todo esto, lo que llevamos vivido y lo que nos queda, estoy segura de que podemos sacar cosas buenas. Me gustaría poder contar a nuestros hijos que, a pesar del miedo y la incertidumbre, fueron tiempos de optimismo; que sin saber de dónde sacábamos las fuerzas, vivíamos esperanzados. Si de otras situaciones complicadas hemos salido, ésta no puede ser menos.

La esperanza, aun frente al dolor por la pérdida de seres queridos, significa confiar en que todo acontecimiento es una oportunidad para ser mejores y querernos más.

Nosotros hemos cambiado, como tantas otras familias. Vivimos el día a día con calma, sin desear grandes cosas, salvo querer cuidarnos los unos a los otros. Y eso nos hace fuertes y, sobre todo, felices y más esperanzados.

Saquemos de esta situación todo lo bueno que podamos. Aprovechémosla. Estos meses no pueden quedar en blanco. Como me decía un amigo no hace mucho, si no somos felices con lo que tenemos, hoy y ahora, tampoco lo seremos mañana.

Eva Corujo. Farmacéutica, experta en conocimiento de la fertilidad y madre de cinco hijos.


Compartir

Leave a Reply