Se hirió con el mes entre las nalgas,
midiéndose la vida
y estrujando muchos días de colores.
De entre todos los acuerdos
aceptó
el que ponía entre sus senos una corbata.
No encajaba, por supuesto, no era suya.
Enfrente,
el parque respiraba con los niños,
cuyos ojos exhibían una existencia
sin complejos.
Volvió a pensar en su vida propia,
abstraída por el grifo goteante
y, casi sin querer,
volvió a colocar en la cocina
un almanaque nuevo con muchos días
de colores.